Iba a empezar esta entrada diciendo No deja de sorprenderme, pero he cambiado de idea. Porque la verdad es que no me sorprende en lo más mínimo, ya que estoy desgraciadamente acostumbrado a ello. Lo que no deja es de molestarme.
¿Y qué es ello?, me dirás, querido lector. Pues
ni más ni menos que esa inveterada afición de todos los que no son católicos
-por no ser, no son ni cristianos; es más, tanto mayor es su afición cuanto más
anticatólicos son- de meterse en los asuntos de la Iglesia (católica, claro
está; como dijo aquél, la única religión verdadera) sin que nadie les haya
pedido su opinión.
Afición que volvió a ponerse de manifiesto
con motivo del fallecimiento del papa Francisco. Todos, especialmente los
políticos de izquierdas, se pusieron a opinar sobre esto y lo otro y lo de más
allá en relación con sobre la Iglesia: que si tendría que haber mujeres
sacerdotes, que sin los curas deberían poder casarse… ¿Opino yo sobre cómo
deben organizarse los musulmanes?
Pues eso.
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