Los tres puntos del evangelio del calentamiento global son: primero, que se está produciendo un cambio climático; segundo, que ese cambio es en el sentido de un aumento generalizado de las temperaturas; y tercero, que si no es antropogénico -es decir, provocado por el ser humano-, sí que ha sido exacerbado por la actividad del hombre.
Hay quienes aceptan esos tres postulados a
pie juntillas. Y luego estamos los escépticos -los negacionistas para
los alarmólogos-, que presentamos objeciones. Como por ejemplo, que
decir que el clima cambia es como decir que el agua moja, porque si algo tiene el
clima es que es siempre cambiante. Como que quizá esté subiendo la temperatura media
del globo, pero que hay zonas en las que lo que está haciendo es bajar, o
tener mínimas menores a las habituales (es decir, que podríamos decir que el
clima se está radicalizando). Como que, quizá por nuestra educación cristiana,
somos humildes y pensamos en la pequeñez del hombre y su incapacidad para
modificar el comportamiento de todo un planeta en apenas trescientos años.
Los tres puntos del párrafo primero se
resumen en uno: hay un consenso científico sobre el tema. Algo que
también es falso, porque hay disidentes, más de uno y más de dos. Como el
caso de hace un mes, cuando un premio Nobel de Física (lo que no le cualifica
especialmente para hablar sobre el clima… pero sí quizá un poco más que a Majareta Tharumberg), un climatólogo y ex investigador de la NASA, y varios científicos
españoles alertan sobre el fracaso total de los modelos climáticos.
Es lo que pasa cuando dichos modelos sobreestiman sistemáticamente el calentamiento global, y usan esas proyecciones erróneas como base para políticas energéticas cada vez más restrictivas.
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