Nacido a mediados del siglo XIX, antes de que Abraham Lincoln verbalizara el hecho de que es imposible engañar a todos siempre, el marxismo cree, en su mundo de ilusión, que tal cosa es posible.
Quizá fuera así hace doscientos años. Hoy,
con un mundo hiperconectado en el que casi todo se conoce casi al instante, tal
objetivo es virtualmente inalcanzable. Hay, sin embargo, quienes sí creen poder
hacerlo, porque se consideran más inteligentes que los demás o porque piensan
que el resto del mundo es una panda de necios.
Es el caso del desgobierno socialcomunista
que tenemos la desgracia de padecer, que para consumo interno de sus bases más
exaltadas proclamó la decisión de un embargo de armas a Israel -esa
manía de la izquierda de llamar embargo a todo, cuando la medida consiste realmente
en tomar la opción suicida de dejar de comprar armas a los hebreos-, pero que
inmediatamente, ante la insuficiencia (o la inseguridad) de los apoyos
parlamentarios para sacar adelante la medida (unos por considerarla muy
drástica, y otros demasiado blanda) optó por retrasar la aplicación efectiva de
la misma.
Quieren engañar a todos todo el tiempo y no engañan a nadie.
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