Los políticos, a partir de cierto nivel, son sectarios. Si son españoles, más aún; pero si son de izquierdas, pare usted de contar.
Me refiero, claro está, a los dirigentes; la
tropa, sobre todo en la actualidad, es cobarde, porque son tuercebotas sin
oficio ni beneficio que, de tener que ganarse los cuartos fuera de la política,
malvivirían, valga la redundancia, bastante mal.
Y eso se pudo comprobar cuando, tras el
fallecimiento de Javier Lambán, presidente socialista de la comunidad autónoma
de Aragón, el actual presidente, el popular Jorge Azcón, decidió concederle el
premio Gabriel Cisneros. Desde la bancada del partido de la mano y el capullo, comandada
por la mamporrera regional del psicópata, Pili Sonrisas, se negaron a aplaudir.
Y todo, porque Lambán había osado criticar el rumbo -llamarle deriva podría inducir a error- filoseparatista del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer.
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