De los seis premios Nobel que se otorgan cada año, los dos más desprestigiados (o cuestionados, si queremos ser suaves) son, indudablemente, los de Literatura y Paz.
Probablemente sea así porque -es algo que se
me ocurrió apenas doce horas antes de escribir y publicar esta entrada- de esas
dos materias todo el mundo se considera capacitado para opinar, mientras que en
los casos de Medicina, Física, Química y Economía hay que, al menos, tener
algún conocimiento sobre la materia para juzgar si el galardón ha hecho
justicia -al menos en los tres científicos- o se ha dejado olvidado a alguien.
Los de la Paz y Literatura siempre tienen, o
siempre se les quiere ver, un regusto político, especialmente el primero. Se lo
suelen dar a personas de izquierda, aunque algunos de los galardonados
(Kissinger, Arafat) o de los propuestos (Hitler sin ir más lejos) sean
ampliamente considerados responsables de cientos, miles o incluso millones de
muertos.
En otros casos se conceden a alguien que no
ha hecho, literalmente, nada para merecerlo. Es el caso de Barack Obama, que se
lo llevó, como quien dice, por ser el primer presidente mulato de Estados
Unidos, aunque durante su presidencia interviniera en guerras u ordenara -o, al
menos, diera su consentimiento- ejecuciones sumarias (por más que Bin Laden se
lo mereciera).
Pero hasta un reloj parado da dos veces al
día la hora correcta, y este año el comité ha decidido premiar a María Corina Machado,
líder de la oposición interna a la narcodictadura venezolana. Para remate, la
galardonada dedicó el premio al presidente estadounidense, Donald Trump -otra bestia
negra de la giliprogresía mundial que también había sonado, empezando
por él mismo, como posible premiado-, por su apoyo decisivo a la causa de la libertad.
La premiada también advirtió que la caída de
Maduro va a traer consecuencias para España. Consecuencias perjudiciales, se
sobreentiende, puesto que el desgobierno socialcomunista que tenemos la
desgracia de padecer muestra una llamativa tolerancia, cuando no abierta
simpatía o lacayuno seguidismo, hacia el régimen de Caracas.
Como muestra, la valoración que Bolardos hizo del premio, en la que ni siquiera mencionó el nombre de la premiada.
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