En Cataluña y Vascongadas, ya hace mucho que miembros del clero católico -tanto curas o monjas como prelados- dejaron de ser etimológicamente católicos -esto es, universales- para pasar a ser locales.
Sin
embargo, pocas veces se ha visto tal exhibición -salvo, quizá, en el caso del
que fuera obispo de San Sebastián, así arda en el infierno por toda la eternidad-
de ignominia, vileza, miseria moral e indignidad como en las declaraciones del
párroco de Lemona que se recogen en el documental Bajo el silencio, de
Iñaki Arteta.
Releer sus palabras me da ganas de vomitar, pero merece la pena reproducirlas para que en esos países tan extraños en los que me leen sepan qué clase de miserables llevan alzacuellos (quiero pensar que, afortunadamente, son una ínfima minoría) en España:
No sabes a qué atenerte, por una parte te alegras porque piensas que su merecido se llevan y, por otro lado, jo, pero no está bien (…) no eran terrorismo, sino respuesta a una represión que se estaba sufriendo (…) se aplaudía el que se pudiera matar a un guardia civil, porque comulgabas con ello (…) revienta que se utilice la palabra terrorismo (…) ante una agresión, respondemos con otra agresión.
Que
Dignidad y Justicia se tenga que querellar contra este nauseabundo y mezquino
canalla, o que el obispado de Bilbao retire al clérigo tras sus declaraciones
no debe hacer olvidar lo que llevo repitiendo desde el minuto uno.
Los
terroristas no sólo no están vencidos: han ganado.
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