Ya mencioné en una entrada anterior de esta misma serie el hecho de que la izquierda en general -y la española en grado superlativo- se considera legitimada para todo. Esto se traduce en una suerte de sentimiento de superioridad moral -somos mejores de los demás- que tiene como segunda derivada el hecho de que cualquier crítica que se les haga es, por esencia, injusta, y por lo tanto debe ser repelida.
Pero
es que, además, extrapolan las críticas personales y las transforman en
críticas a la categoría: si se critica a Pedro Zerolo, se es homófobo; si se
critica a la calientacamas por llegar como ha llegado a donde ha
llegado, se es machista; si se critica a la portacoz del consejo de ninistros
porque su dicción es confusa, su ceceo/seseo es aleatorio y su prosodia es
inexistente, se está haciendo mofa y befa, cuando no escarnio, de todos los
andaluces; y así sucesivamente.
Y
esto no es así. Cuando yo quiero criticar a una categoría, la nombro, como he
hecho en la primera frase de esta entrada. Y cuando hago una crítica ad hominem
(o ad mulierem), es al destinatario de mi crítica a quien me estoy
refiriendo, no a todos los miembros de todas y cada una de las posibles
categorías a las que pudiera considerarse que pertenece.
Ahora, hacérselo entender va a ser complicado, porque de donde no hay no se puede sacar…
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