Cuando era pequeño -no más joven (que también, claro), sino pequeño- solía decir que era lógico que los musulmanes estuvieran socialmente más atrasados que los demás países en general, y que los de raíz cristiana en particular (vale, no lo expresaba tan elaboradamente, me limitaba a señalar que era lógico que pensaran como piensan, o afirmación semejante): al fin y al cabo, se encuentran en la Edad Media.
A
ver, si a 2.020 le quitamos seiscientos veintidós, nos da 1.398. En realidad,
en el calendario musulmán se encuentran en el año 1.441 -según Wikipedia, para
la conversión del calendario occidental al musulmán, cuando el año sea menor de
641, se restará 621; si está entre el 641 y 653 se restará 620, y si pasa de
653, se restará 621, dividiendo el resultado por 33 y añadiendo al cociente el
dividendo se obtendrá el año de la Hégira-, pero se me entiende.
Naturalmente,
conforme crecía iba aprendiendo más cosas, como que de las tres religiones
monoteístas, el Islam es la única que se expandió por la espada (el judaísmo no
mostró especialmente interés en expandirse, y el cristianismo estuvo proscrito
y hasta perseguido los primeros tres siglos de su existencia), la única que
condena a los apóstatas a la pena de muerte, la única que legitima (aún) la
guerra santa, la que más -si no la única; confieso mi desconocimiento en esta
materia sobre el judaísmo- supedita el ordenamiento laico al religioso… para
qué seguir.
El
Islam no es una religión pacífica. No nació así, y se presta fácilmente a una
interpretación violenta. Cuando se cometen atentados en nombre de Alá, las
condenas de los musulmanes son, en el mejor de los casos, tibias. Y cuando un
musulmán radical considera que has pecado, no se limita a avisarte de que vas a
ir al infierno: te paga el billete de ida.
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