Ya desde su origen, el marxismo se consideró imbuido de una legitimidad para hacer y decir lo que fuera que nadie, salvo ellos, les concedió. Lo que ocurre es que, en general, la derecha calla, y eso hace que el rebaño se calle las monsergas de los pastores.
Pero,
sobre todo en el caso de España, la izquierda debería callarse y desaparecer en
silencio, porque nada han hecho que traiga beneficios a España -ya se verá en
posteriores entradas de esta serie-, y mucho tienen en cambio de lo que
avergonzarse.
La
izquierda -los socialistas- entraron en el parlamento proclamando que, cuando conviniera
a sus intereses, se saltarían la legalidad: demostraron en esto coherencia,
puesto que para ellos la democracia y sus reglas nunca han sido más que un
medio para alcanzar su verdadero objetivo, que es ostentar el poder.
Siguieron
tan brillante trayectoria defendiendo, también en sede parlamentaria, el
atentado personal (sic) como medio para que los rivales no alcanzaran el poder.
Continuaron entrando en colaboración con regímenes dictatoriales -de un espadón,
nada menos-, mientras conspiraban para derribar la monarquía.
Proclamaron
una república ilegal e ilegítima, puesto que lo hicieron tras unas elecciones
que, ni eran nacionales -eran municipales- ni ganaron. Y levantaron esa
república contra media España (por lo menos), sin tener reparo ninguno en
levantarse contra esa república cuando los resultados electorales no les
favorecían.
Provocaron
una guerra civil -y, si no lo hicieron, proclamaron su intención de provocarla-
en la que cometieron, al menos, tantas barbaridades como los del otro bando, y
una más: genocidio religioso, al menos en grado de tentativa. Luego, sobre todo
los socialistas, se tiraron cuarenta años tumbados a la bartola mientras otros
se batían el cobre contra la oprobiosa dictadura.
Se
subieron al carro de la democracia cuando el franquismo tocaba a su fin. Perdieron
unas elecciones que consideraban ganadas y, al menos, no hicieron como cuarenta
y tantos años antes y se limitaron a proclamar que España se había equivocado.
Prometieron sacarnos de la OTAN y allí seguimos; remataron negociaciones de
décadas y se arrogaron el mérito del ingreso en la CEE (de rodillas y lamiendo
culos, como le decía yo gráficamente a mi madre cuando me preguntaba por qué
pintábamos tan poco en Europa). Enviaron soldados (¡de reemplazo!) a la guerra
del Golfo en su primera parte, y convocaron manifestaciones cuando se enviaron
soldados profesionales (la mili la había suprimido un gobierno de
derechas, y no ellos) una vez la guerra había terminado.
Firmaron
un pacto por las libertades y contra el terrorismo mientras, bajo mesa,
negociaban con los terroristas y contra las libertades. Aprovecharon, si es que
no colaboraron, un atentado terrorista para darle la vuelta a unas elecciones
que, a priori, tenían perdidas. Negaron una crisis hasta que la crisis les
golpeó. Siguieron negociando con terroristas, golpistas y comunistas, con tal
de seguir ostentando el poder. Y han gestionado una crisis a todos los niveles
-sanitario, económico, organizativo- de tan mala manera que esta por ver si
lograremos salir… y cuándo.
Así
pues, legitimidad ¿de qué, por qué, para qué? Mal perder, desde el principio, y punto.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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