Hace un tercio de siglo -finales de los ochenta-, en el examen para subir nota de Derecho Político II -saqué matrícula- hice un vaticinio (como ahora, tampoco es que fuera especialmente original: me limité a interiorizar lo que leía en la prensa, por entonces básicamente el ABC) que demostró dar en el clavo: hasta que lo que había a la derecha del PSOE no se uniera -no todo, evidentemente, pero sí la mayor parte-, los de la mano y el capullo seguirían gobernando España.
Hoy,
parece, estamos en la misma situación: un partido socialista más débil que
nunca se mantiene en el poder, apoyado por unos comunistas fuertes (menos que
ayer pero, esperemos, más que mañana) y unos golpistas y terroristas más
crecidos que nunca. ¿Por qué?
Porque enfrente
-y no siempre enfrentados- tienen lo que llaman el trifachito, tres
partidos políticos con puntos de coincidencia -que se lo digan a los madrileños,
y a los andaluces, y a los murcianos, y…- que parecen disfrutar poniéndose la
zancadilla unos a otros, en lugar de placar a la hidra bicéfala que lleva a
España al desastre.
Y tan
pronto unos apoyan los presupuestos o la prolongación del estado de alarma como
otros votan a favor del decreto que dará al desgobierno socialcomunista que
tenemos la desgracia de padecer completa libertad -arbitrariedad- para el
reparto de los fondos europeos que, con motivo de la pandemia de la Covid-19,
llegarán a España.
Unos por
otros, y la casa llena de m…
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