La mayoría de los que en Occidente se declaran ateos o laicistas son, en realidad, básicamente anticristianos o, más específicamente, anticatólicos.
Y ni
siquiera son realmente globalmente anticatólicos, sino que -son humanos, al fin
y al cabo- van sólo contra la Iglesia católica que no comparte sus postulados. Porque
en los años setenta y ochenta del siglo pasado, todos los giliprogres
del mundo mundial aplaudían con las orejas la llamada teología de la
liberación, que de teología tenía poco, y de liberación -habida cuenta de
los regímenes en los que florecía- todavía menos.
Esos ateos
o laicistas no critican al Reino Unido, aunque el jefe del Estado sea, al mismo
tiempo, la cabeza de la Iglesia de Inglaterra; ni tampoco los Estados Unidos de
América, uno de cuyos lemas es En Dios confiamos. Qué decir del Islam
-donde, dicho sea de paso, no hay ni ateos ni laicistas porque, directamente,
les pasaportan… al otro barrio-, donde la Ley civil (y penal, y…) se supedita a
la religiosa, donde a la que te descuidas el jefe del Estado es también
comendador de los creyentes, o guardián de los lugares sagrados o,
directamente, un clérigo.
Así que
cuando empiecen a criticar a los mahometanos, empezaré a tenerles un mínimo de
respeto.
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