Además de por haber nacido en un país católico, en una familia católica y haberme educado en instituciones católicas, parafraseando a Luis Buñuel, podríamos decir que por la gracia de Dios. Lo cual no deja de tener su gracia; no porque Buñuel fuera un ateo, sino porque servidor tiene una cierta mentalidad científica y racional (lo cual sirve para que me echen en cara que desconfíe de los defensores del calentamiento global antropogénico).
Por eso, los
ligeros (levísimos, más bien) conocimientos de escolástica que adquirí en el
colegio vienen bien cuando la fe flaquea. Porque, ante la pregunta sobre de
dónde venimos, a un tío, por muy racional que sea, no le cabe en la cabeza
(literalmente) que todo venga de la nada. Claro, que tampoco le cabe en la cabeza
el concepto de un Dios eterno, que existe desde siempre y para siempre (no
tenía pensado meterme en estos vericuetos cuando planeé esta entrada).
Lo del
motor último, la causa última y demás recursividades vienen bien. Por terminar
con algo más ligero, hay dos pruebas que considero incontrovertibles sobre la
existencia de Dios: el cerdo y la Santísima Trinidad.
Sobre el
primero, algo tan perfecto no puede ser simplemente obra de la evolución, tiene
que haber sido creado a propósito. Sobre lo segundo, todas las mitologías (en
sentido amplio) tienen constructos inteligibles; pero el cristianismo -a
diferencia de sus parientes teológicos, judaísmo e islamismo-, tiene un
dogma que ni los propios iniciados (los sacerdotes) son capaces de explicar de
una manera sencilla.
¿Quién, pues, se iba a tomar la molestia de inventar algo que no sería capaz de explicar?
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