Hace ahora diez o quince años -podría mirar la fecha, pero no me apetece-, los partidos separatistas catalanes -es decir, en aquella época, todos menos el que ahora diré- firmaron el llamado pacto del Tinell, por el que, entre otras cosas, se comprometían a no pactar con el Partido Popular.
Hace diez
días, se reprodujo la situación en parecidos términos, con la salvedad de que
en esta ocasión el apestado era el partido de la mano y el capullo,
franquicia catalina. Los partidos separatistas se comprometieron, por
escrito, a no gobernar con los suciolistos.
Los responsables
de llegar a esta situación -que ya veremos si se lleva a efecto o no, porque los firmantes tienen tan pocos principios como los del filósofo perico y el psicópata de su jefe- han sido los llamados partidos nacionales, es
decir, populares y socialistas (no incluyo a los neocom, que más
que un partido son una ensalada de siglas). Los primeros por desidia, los
segundos por insidia, han contribuido al auge de los partidos separatistas hasta
tal punto que la colaboración de los partidos nacionales ha devenido
prácticamente innecesaria.
De aquellos
polvos vienen estos lodos, y por eso estamos todos de fango hasta la coronilla.
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