Desde que los socialistas españoles tuvieron responsabilidades de gobierno -me estoy remontando, pues, casi un siglo, y no casi medio- concibieron el poder como algo que les pertenecía por derecho y que podían usar a su antojo.
Muestra de
lo primero fue la reacción a la victoria de las derechas en las elecciones de
1.933 -pidiendo al jefe del Estado que convocara nuevas elecciones antes de que
se constituyeran las Cortes recién elegidas, algo de lo que me he enterado al preparar esta entrada- y a la entrada en el gobierno del partido más votado
(montando la revolución de Asturias, que algunos consideran el verdadero
comienzo de nuestra última guerra civil).
De lo
segundo los ejemplos son incontables. Confundiendo los intereses del país con
los del partido, han hecho y deshecho a su antojo. En esto, como en tantas
otras cosas, el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer
ha superado con creces la desfachatez de sus predecesores.
Todo,
absolutamente todo, está supeditado a los intereses personales del psicópata de
la Moncloa. Habría que decir interés personal, en singular, puesto que
sólo una cosa le interesa, y es mantenerse en el poder tanto tiempo como le sea
posible.
¿La última -de momento- y ya termino? Retrasar el recurso de la fiscalía (¿de quién depende? Del Gobierno, ¿no? Pues eso) al tercer grado de los golpistas presos para no erosionar el efecto Illa. Que parece mentira, pero existe, y no perjudicando a los de la mano y el capullo.
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