Suelo decir de los golpistas catalanes que, abandonados a su suerte, se destrozarían entre ellos, y que lo único que lo evita es que odian más a España (o a la idea que se han formado de España) de lo que se odian entre sí.
Algo parecido
ocurre con la izquierda española: unos y otros se odian entre sí, pero el odio
a la derecha -es decir, a cualquiera que no piensa como ellos- y el poder -el
ansia por alcanzarlo o el afán por detentarlo- es una amalgama lo bastante resistente
como para que enfunden los cuchillos.
Momentáneamente,
al menos. En el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer
hay un doble enfrentamiento: entre suciolistos y comunistas y, dentro de
cada facción, entre jóvenes y viejos.
Así, en
el enfrentamiento entre -como dice el titular periodístico- las femipsoes
de Carmen Calvo y las queer de Irene Montero hay, sin duda, un componente
ideológico, pero también generacional (cuando una siendo doctora en Derecho, y
la otra cajera de supermercado, son tan indocumentadas la bonita que
hablaba en bragas con los alcaldes como la calientacamas).
Es exclusivamente
generacional cuando Adriana El Lastre -otra indocumentada de manual- dice
que los anteriores ya hicieron lo suyo, y que ahora les toca a los jóvenes; o
como cuando la presidente del partido feminista, Lidia Falcón, carga contra la
llamada ideología de género, carga que le ha valido que su formación sea
expulsada de Izquierda Unida y que le haya sido imputado un delito de odio.
Ahora bien, que no se queje: porque si alguien que no fuera una vieja comunista (o una comunista vieja, tanto da) llamara mutantes a los transexuales, le habría caído encima muchísimo más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario