Cuando una autoridad se plantea si deberían o no permitirse los aquelarres feminazis de dentro de diez días, haría bien en mirar hacia Cataluña.
Antes de
seguir, precisaré una cosa. Vamos a asumir que las erinias que acuden a
semejantes reuniones son seres humanos, y que sus vidas, como las de todos los
seres humanos, merece ser preservada. Es decir, no pensemos que España -y no
digamos su cosa pública- estaría mucho mejor con las asistentes fuera de
la circulación. No es quiero decir que se hayan ido al otro barrio (aunque
alguno podría decir que no sería una gran pérdida), bastaría con que estuvieran
en cama unos cuantos días. Semanas. Meses.
A lo que
iba. Después de haberse celebrado las elecciones regionales, y tras una semana
de terrorismo callejero -llamar manifestaciones violentas a lo que ha
ocurrido tras la entrada en prisión de esa máquina de excretar heces por el
orificio opuesto al habitual es quedarse muy corto-, las cifras de la pandemia se han descontrolado. Y eso que tanto en los comicios como en los tumultos, la
gente ha estado mucho más separada de lo que lo estuvieron hace un año las
brujas (pues eso es un aquelarre, una reunión de brujas) y de lo que, con toda
probabilidad, lo estarán si se autorizan las concentraciones.
Por ello, y por mucho más…
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