Hubo una época, tampoco tan lejana, aunque pudiera parecerlo, en la que ser nombrado presidente de los de la mano y el capullo -un cargo meramente honorífico, sin capacidad ejecutiva alguna- suponía un honor tanto para el puesto como para quien lo ocupaba (siempre dentro de los muy laxos parámetros que imperan en la política española, especialmente en la izquierda).
De un tiempo a esta parte, sin
embargo, se ha demostrado que cualquiera puede llegar a ocuparlo, y de hecho parece
que para que te nombren para el puesto bastan dos únicos requisitos: ser un
perfecto inútil y ser un corrupto redomado. Lo sé, lo sé, semejantes rasgos se
dan prácticamente en todos los cuadros de la formación.
Y da lo mismo que seas hombre que
mujer, que en esto los suciolistos son completamente igualitarios:
porque se ha descubierto, hace apenas dos semanas, que el pagador final de los
gastos de campaña de Timo Puch recibió una desaladora de Cristina Narbona y de Acuamed.
Lo dicho, cualquiera vale.
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