Según el discurso del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer y su cohorte (pronúnciese corte, que también vale) de corifeos -tan feos como coro, tan coro como feas- (no, no es que me haya despistado, es que he decidido comenzar las dos entradas del día con las mismas palabras), el proceso secesionista está muerto.
Tirando de sesgo de confirmación,
se apoyan en el pinchazo separatista durante la cumbre hispanofrancesa para
hablar de desinflamación.
Según ellos, la gente en
Cataluña está a otra cosa, el independentismo ya no colapsa las calles y
está profundamente dividido entre los ierreceos y los jotaporcatos (siempre
lo estuvo). Tras agotar todas las cesiones, indultos y reforma del Código Penal
incluidos, el Gobierno confía en que ahora sólo se necesiten gestos.
Pero hasta el mejor escribano
echa un borrón, y la panda de ignaros que se reúne en el palacio de La Moncloa
no sabe ni hacer la o con un canuto. Tienen el detalle de reconocer que la
reforma de la malversación y de la sedición está detrás de su desgaste
demoscópico de los últimos meses, y el desliz de confesar sus verdaderas
intenciones.
Porque, tras la decisión del juez Llarena de retirarle a Cocomocho el delito de sedición, pero mantenerle el de malversación agravada, se les ha escapado que la voluntad del Gobierno era otra.
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