La izquierda española nunca se ha caracterizado por el respeto a las llamadas reglas del juego de la democracia. Tampoco se ha distinguido nunca por disimular sus trapacerías.
Sin embargo, bajo la égida del
psicópata de La Moncloa se han cruzado todas las líneas rojas, con más
frecuencia, mayor desfachatez y antes que nunca. Parece como si tuvieran prisa
por dejarlo todo atado y bien atado, que dijo aquél.
Y así, han colocado en la
presidencia del Tribunal Constitucional a un fiscal conocido por su sectarismo
y su falta de escrúpulos -a quien, por emplear las palabras del psicópata, no hay
necesidad de decirle de quién (cree el psicópata que) dependen la fiscalía,
pues está más que dispuesto a trabajar, cual Beltrán Duguesclín, a favor de
quien le paga.
Y si se ve forzado a tramitar,
con ocasión del recurso de inconstitucionalidad contra la ley del aborto de
Rodríguez, su propia recusación y la de otros tres magistrados, no tiene óbice
ni cortapisa en obstaculizar la tramitación del escrito de recusación
presentado.
Todo sea por el psicópata y sus negros designios para España y los españoles.
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