Hace ahora tres semanas, la presidente del consejo regional de gobierno de la comunidad autónoma de Madrid acudió a la facultad de periodismo de la universidad Complutense de Madrid para recibir el título de alumna ilustre.
Vamos a pasar por alto si se lo
merecía o no, aunque las razones que se esgrimieron para la concesión del
galardón -ser la primera licenciada de esa facultad en alcanzar la presidencia
de una comunidad autónoma- resultan irrebatibles; vamos a pasar por alto
también el que, de los varios procedimientos que existen para conceder tan
distinción, el rector eligió el menos democrático de todos (concesión
por decisión del rector).
El hecho es que se le concedió y,
le gustara o no a algunos, había que aceptarlo. Iba a decir a saber qué
habrían dicho, pero lo tengo muy claro, si en la concesión del doctorado horroris
causa a Santiago Carrillo se le hubiera llamado asesino, genocida
o mal hijo.
Pero no: un grupo de intolerantes
-vosotros, marxistas, sois los verdaderos fascistas- la recibió con gritos de asesina;
otra homenajeada, la alumna más brillante de su promoción -lo que te hace
plantearte qué nivel tendrán los demás-, soltó una perorata plagada de
muletillas, lugares comunes y consignas, además de dejar una muestra palpable
de su ignorancia galopante al plantearse si romper un título es legal o no; y
la televisión pública gubernamental coló a un dirigente neocom como
profesor para criticar a la bestia negra de la izquierda patria.
En cuanto a las reacciones,
mientras el presidente del PP condenaba los insultos y amenazas, el candidato de
los de la mano y el capullo a víctima propiciatoria en las próximas elecciones
regionales le echó la culpa a Ayuso, porque -dijo- ir a provocar no es lo más adecuado, y el ninistro de Universidades del desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer consideró el sabotaje como normal.
Ayuso, naturalmente, no se arrugó, afirmó que la libertad se protege defendiéndola y replicó a Lobito que quizá es que llevó la falda demasiado corta.
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