Soy del Real Club Deportivo Español, y de todos los equipos de fútbol, nacionales o extranjeros, detesto por encima de todos los demás al Fútbol Club Barcelona.
Por ello, no es de extrañar que
me molestara que, jugándonos el descenso -si hubiéramos hecho bien las cosas
durante la temporada, ahora no nos encontraríamos en un brete semejante-,
tuviéramos que jugar en Cornellá contra el equipo fundado por un suizo el
partido que, si ganaban, les daría el título de liga.
Y ganaron, como era previsible. Y
lo celebraron en el centro del campo, como es lógico y natural. Como también es
lógico y natural que una parte de la afición perica, la más exaltada, lo
viera como una provocación. Que quizá no lo fuera, pero es que la policía
regional catalana había pedido al Farça que sus jugadores no celebraran sobre el terreno de juego el
haber ganado el llamado trofeo de la regularidad.
En cualquier caso, si hasta el papa
Natas considera humano que, si insultan a la madre de uno, uno suelte un
bofetón al insultante… ¿qué hay de criticable en lo que hicieron los
energúmenos blanquiazules?
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