Cuanto más se sabe del entramado de corrupción tejido en el entorno de quien hasta hace no demasiado tiempo era directora general del Guardia Civil, más se llega al convencimiento de que los de la mano y el capullo, una vez más, no eligieron precisamente a la persona más indicada para el puesto.
Y no por el posible partidismo de
la susodicha -algo que debería dejar en casa quien va a dirigir uno de los
cuerpos de seguridad del Estado-, sino porque (al menos) su familia política
medró de manera descarada a su sombra.
Ahora se ha sabido que la Policía
sospecha que el ejecutivo regional andaluz, en la época del condenado -pero
todavía no recluído tras los barrotes- Griñán, simuló ofertas para adjudicar contratos a dicho grupo delictivo.
Luego dirán que los corruptos son
otros…
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