Cuando a la izmierda española se le mencionan los crímenes de ETA, suelen responder -salvo aquellos extrañísimos y escasísimos casos en los que el intefecto tiene un adarme de decencia- que la banda terrorista de ultraizquierda abandonó las armas, que fue derrotada, que no recurre a la violencia y que son ganas de remover el pasado.
En alguien coherente, esas mismas
afirmaciones podrían predicarse del franquismo, con la circunstancia añadida de
que el Generalísimo no abandonó este mundo hace una década, sino hace casi
cinco.
Pero eso no les detiene: nadie
piensa más en Franco y en su obra que los antifranquistas sobrevenidos, muchos
de ellos nacidos después del óbito del Caudillo. Y cuando llegan fechas
electorales sacan el tema a pasear, porque piensan que les dará réditos.
Es el caso del candidato neocom
a la alcaldía de Madrid -un atleta del que no tenía noticia, y bien feliz que
estaba de no tener el disgusto de conocerle-, que promete demoler el Arco del
Triunfo de Moncloa y sustituirlo por un memorial dedicado a las víctimas
del franquismo.
¿Para cuando un memorial dedicado a las víctimas del terror rojo? Empezando por sus propios correligionarios (laicos), como Andrés Nin.
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