Mentir -es decir, faltar conscientemente a la verdad- es sencillo, cualquiera puede hacerlo. Mentir bien es otra cosa, porque requiere, además de desparpajo, inteligencia: la mentira tiene que ser verosímil, y debe resistir el escrutinio más exigente. Por ello, la mentira inicial, además de procurar que sea lo más sencilla posible, suele requerir de mentiras posteriores que la sostengan y corroboren.
El psicópata de La Moncloa es un
mentiroso contumaz, un embustero continuado, un falsario de manual. Pero no es
bueno, entre otras cosas porque miente continuamente, sin el menor escrúpulo y
sin ningún sonrojo. Y no le importa en absoluto que sus trolas sucesivas se contradigan
unas a otras, mientras él pueda seguir detentando el poder.
Pero es que, además, los demás no
se le dan una higa, sean los españoles en general, sus rivales políticos en
particular o hasta sus propios subordinados en concreto. Y así, cuando sin que
se le moviera un músculo de la cara -sólo se le tensan, especialmente los
maseteros, cuando se le contraría- al realizar su (enésimo) anuncio de
viviendas, provocó el sonrojo en uno de los pocos departamentos ministeriales
que funcionan (razonablemente) bien, el de Defensa.
Porque resulta que han tenido que
reconocer que el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de
padecer no ha realizado ninguna tramitación, ni ha movido un solo papel, de la Operación
Campamento desde el año pasado.
Por si no lo sabe, se lo aclaro a
Sanchinflas: para hacer casas, además de dinero y ladrillos, hace falta
algo todavía más imprescindible. Se llama suelo.
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