Esta (relativamente) inesperada continuación de La caja de botones de Gwendy está escrita sólo por uno de sus coautores, Richard Chizmar. A pesar de ello, la influencia de Stephen King se deja notar, y no sólo por el hecho de que Chizmar sea un admirador confeso del prolífico autor de Maine.
Para empezar, la historia está
bastante imbricada con lo que podríamos llamar el Kingverso, ese mundo
(o cosmos) donde transcurren las historias de King y que ya, cuando yo había
leído (y él había escrito) bastante menos de lo que lleva ahora, pensé que era
raro que los personajes no acabaran cruzándose, si todas las historias
transcurrían en uno de los estados más pequeños (el undécimo, según Wikipedia) y
menos poblados (el décimo, misma fuente) de la Unión. Premio: al poco de
pensarlo, empezaron a cruzarse.
Un dato curioso es que Richard
Farris, que en otras historias de King (Apocalipsis, La torre oscura)
es una presencia malvada, aquí parece ser benevolente o, al menos, neutral
(este extremo quizá se explique en el tercer volumen -sí, lo hay- de la serie…
o no).
Un aspecto que no me ha gustado
demasiado es la aparición -al igual que en el segundo volumen de la trilogía
iniciada con Mr. Mercedes- de un elemento que podríamos llamar
paranormal. Quiero decir, si no recuerdo mal, en La caja de botones el
único elemento no realista de la trama era la propia caja, y todo lo
demás era verosímil. Pero aquí aparece de repente un poder de la
protagonista (no daré más pistas), que soluciona el problema de la trama en un
pispás y que desaparece inmediatamente.
Como digo, ya veremos qué pasa en
la tercera parte…