Los nacionalistas de hace siglo y medio, supongo, tenían la aspiración de dar categoría de Estado a sus naciones, y no les importaba sacrificarse en el proceso. Los nacionalistas actuales -al menos los regionalistas que se autotitulan como tales- son más bien unos políticos de salón, que lo único que parecen buscar es seguir con su bicoca, pero sin sujeción a nadie, y no permiten que nadie salvo ellos se atribuya los méritos.
Una de las viejas pretensiones de
los regionalistas vascos y catalanes era que en el Congreso de los Diputados, sede
de la representación de la soberanía nacional, se pudieran utilizar las lenguas
regionales que son cooficiales en sus respectivas comunidades autónomas. Por ello,
deberían alegrarse de que alguna fuerza nacional (uso la cursiva porque
considerar como tal a los de la mano y el capullo es ampliar mucho el concepto:
cabrán en él en términos geográficos, pero no ideológicos) recogiera esta
aspiración y decidiera defenderla.
Pero quiá. Cuando los cocuquistas
han propuesto que se hable en el congreso ese dialecto del occitano que se
habla en Barcelona, Cocomocho arremetió contra los suciolistos.
O él o nadie, ha debido pensar.
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