Dice el editorial de El Mundo a propósito del abandono por Iván Espinosa de los Monteros de sus responsabilidades en Vox:
Si el modelo de organización que adopta una formación política suele ser el reflejo de su propuesta a la sociedad, el Vox de Buxadé deja poco espacio para la duda: culto vertical al líder, opacidad al máximo en la toma de decisiones y persecución implacable al disidente por talentoso que sea.
Pero esto mismo sería aplicable
a, prácticamente, todos los partidos políticos, al menos los españoles. Porque,
aunque la Constitución española de 1.978 dice que su estructura y funcionamiento
internos deberán ser democráticos, en la práctica son estructuras piramidales,
profundamente jerarquizadas en las que el que está en la cúspide manda y los
demás obedecen, al tiempo que aplauden como si les fuera la vida en ello o como
si estuvieran teniendo un orégano de satisfacción.
Y da lo mismo que sean de derechas o de izquierdas, extremistas o centrador: siempre hay un líder, el cabeza de cartel por Madrid, que mantiene las riendas bien prietas en sus manos.
Porque sabe
que, en cuanto afloje, aquello se convertirá en un guirigay (véase Ciudadanos),
empezarán a dispersarse (véase los neocom) o se revolverán contra él y
le defenestrarán (véase el caso del psicópata de la Moncloa cuando le dieron la
patada).
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