Un rasgo definitorio de las autocracias o, al menos, de los regímenes no democráticos, es que el significados de las expresiones y palabras viene dado, no por el sentir general, o incluso por el sentido común, sino por la voluntad de una persona o un grupo reducido de personas.
Sin entrar en más disquisiciones,
tomemos el ejemplo del sexo (biológico, no me tengáis la mente sucia): hombre es el que tiene cromosomas XY, mujer la que los tiene XX. Luego, claro está,
tenemos los casos raros (en el sentido de infrecuentes), pero esa sería
la regla general. En cambio, para los progres, mujer es quien dice que
se siente a sí mismo como mujer, y hombre quien se siente como hombre, aunque
todas las evidencias biológicas apunten en dirección contraria. Ejemplo de
tiranía intelectual.
Un autócrata de manual es el
psicópata de la Moncloa (nada de extrañar, por otra parte, ya que los marxistas
nunca han sido lo que se dice muy demócratas), que como remate a la evolución
que comenzó con el los trabajadores sometidos a un ERTE cuentan como parados,
pero no computan (fue el comienzo de las explicaciones ininteligibles del
tucán de Fene) y siguió con los trabajadores fijos discontinuos, ha acabado en
considerar que pleno empleo es, no un escenario con el cien por cien de la
población trabajando (algo virtualmente imposible, puesto que siempre suele
haber alguien cambiando de trabajo), ni siquiera el consenso de una tasa de
paro entre el tres y el cuatro por ciento, sino que pretende declararlo en el caso hipotético de que la tasa de paro cayera hasta el ocho por ciento.
Y yo me pregunto: ¿por qué
esperar tanto? Que lo declare ya con casi un trece por ciento, y eso que nos
ahorramos…
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