Es humano disculpar en los propios lo que se critica en los ajenos. Lo que ya no es tan humano es pretender que tal cosa es, además de coherente, respetable.
La
izquierda española muestra numerosos casos de esta doble vara de medir, de este
doble rasero… de esta ley del embudo, en resumen. Si alguien sugiere que la calientacamas
está donde está por ser la madre de los hijos del Chepas, es que es un
machista, un misógino, un retrógrado y un fascista; pero Junior dice a
las claras que Ana Botella fue primero concejal y luego alcaldesa de Madrid por
ser la esposa de José María Aznar, tal opinión es respetable (para la
izquierda). Si alguien critica a Rita Maestripper, es un machista, un
misógino, un retrógrado y un fascista; pero si un golpista catalán llama puta
a Inés Arrimadas, o dice que debería ser violada, o una barbaridad
semejante, el gremio feminazi calla como putas.
Igual
que callan y ocultan que el líder socialista vasco aficionado a reunirse con
terroristas fue condenado por maltrato a su mujer; y sin (en un curioso caso de
justicia poética) un magistrado progresista del Constitucional es
acusado de violencia doméstica -lo que no deja de ser curioso, puesto que los
hechos se desarrollaron en la calle, es decir, extra domus-, la fiscal
general del desgobierno socialcomunista y uno de sus predecesores aficionado a mancharse
las togas con el barro del camino buscan cómo archivar la causa, al tiempo
que, curiosamente, la primera decide no renovar a la actual fiscal de Violencia sobre la Mujer en pleno escándalo del magistrado.
Todo
muy humano. Y repugnante.
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