Pocos animales políticos habrá en la antigüedad que alcancen el nivel de Cayo Julio César. Con un instinto finísimo y una absoluta falta de escrúpulos, hizo lo que creyó necesario para tomar el poder y retenerlo.
Fue
también un hombre inteligentísimo, que dejó para la posteridad multitud de
frases y sentencias. Una de las más conocidas es aquella de que la esposa de
César [y no del César, como a veces se cita erróneamente] no sólo
debe ser honesta, sino parecerlo. O, como digo yo a veces, hay cosas que
podrán ser éticas (legales, lícitas), pero no estéticas (no quedan bonitas, no
son elegantes).
Tomemos el caso de la fiscal general del gobierno, esa a la que, siendo notaria mayor del Reino de España, le colaron ante sus narices un pabellón de Francisco Franco como Jefe del Estado. Por lo visto, es pareja de Baltasar Garzón, ese exmagistrado prevaricador, sectario, parcial, mal profesional y amigo de autócratas. La fiscal tiene todo el derecho del mundo a marcharse a Roma con su pareja; pero hacerlo precisamente la misma semana en la que el desgobierno socialcomunista impulsa la ley de desmemoria antidemocrática… la verdad, muy apropiado no parece.
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