Ya hace quince o veinte años -o más- que vengo sosteniendo que la llamada corrección política no es sino una manera educada de llamar a la hipocresía. Todo el tiempo transcurrido me ha reafirmado en esa impresión, con un matiz agravante.
Ese
matiz es que a la hipocresía unen la estupidez. Hace ahora cinco semanas que
saltaba la noticia de que, si querían optar a los premios de la academia
estadounidense de cinematografía -los celebérrimos Óscar-, a partir de 2.024 las
películas deberán cumplir con unos requisitos mínimos de inclusión y diversidad racial. Entre los requisitos —que no deben cumplirse todos—
figuran baremos como que al menos uno de los protagonistas represente a minorías,
o que lo haga el treinta por ciento del reparto secundario, así como que el
equipo técnico detrás de las cámaras cumpla también con ese porcentaje.
Dentro de nada, los normales seremos una minoría de esas a representar…
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