Cuando un partido de derechas (o, directamente, que no goza de las simpatías de la izmierda) elige para un determinado puesto a alguien que tiene algún tipo de relación previa con el poder -ya sea familiar, de amistad, de conocimiento-, esa elección es siempre, para la izquierda, fruto del amiguismo, del compadreo, de lo que, en fin, toda la vida se ha llamado nepotismo. Aunque el elegido tenga un currículo que no lo consiguen ni reuniendo los de todos los que critican su elección.
En
cambio, cuando desde la izquierda se elige a alguien -padre, madre, hijo (esto
menos), sobrino, ex pareja, calientacamas, lo que sea- para un puesto de
responsabilidad, es siempre porque esa persona es la mejor, la más cualificada,
la más indicada (esto sí, porque indicar viene de índice, que es el dedo
con el que se hacen este tipo de elecciones que podríamos llamar digitales).
Aunque el currículo del elegido quepa en un sello de correos de los de antes, y
todavía sobre espacio.
O
sea, que si el becario ubicuo ha propuesto a su padre para asesorar en el reparto de fondos provenientes de la Unión Europea (habrá que ver si llegan, y
cuándo, y cuántos), no hay que ser malpensados y deducir que la elección deriva
de la cosanguinidad. Porque si es cierto, como dicen en la partida (huy,
perdón, en el partido… ¿en qué estaría yo pensando?), que se trata de un puesto
de asesoramiento, sin sueldo ni dietas, a uno le podría dar por imaginar
aquello de que el que parte y reparte se lleva la mejor parte… especialmente
cuando su parte no era nada.
Por ello, y por mucho más…
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