Desde siempre, la izquierda ha enarbolado causas que podríamos llamar solidarias o altruistas, como la defensa de los más desfavorecidos, la redistribución de la riqueza, la paz mundial (siempre bajo su égida, claro), el feminismo, la tolerancia sexual, el ecologismo, la oposición al racismo.
También
desde siempre, la izquierda ha recurrido a la violencia. En teoría, para
alcanzar esos fines tan elevados. En la práctica, para alcanzar algo mucho más
pedestre, más prosaico, más a ras de tierra: el poder.
Desde
hace unos meses, en Estados Unidos ha alcanzado notoriedad (en el sentido que
tiene esa palabra en inglés: tristemente célebre) un movimiento llamado Las
vidas negras importan (Black lives matter) -al parecer, las blancas
no, o no tanto-, usando como detonante la muerte a manos de la policía de un
ciudadano menos-que-ejemplar (ojo, que no estoy diciendo que haya que
eliminarlos) de raza negra.
Ya
desde el principio, las manifestaciones auspiciadas por este movimiento
devinieron en algaradas violentas, incluyendo enfrentamientos con las fuerzas
del orden y asaltos a comercios. Tras las elecciones presidenciales de hace un
mes, las cosas han ido a peor, y tanto los de las Vidas negras como los antifascistas
-me pregunto cuántos de ellos, tan izquierdistas, saben que el fascismo (y el
nacionalsocialismo) que dicen combatir es una ideología de izquierdas, por más
que eso repatee (y les repatea) al mundo giliprogre- atacan ahora a
cualquiera que se declare republicano, pro Trump o insinúe que ha habido fraude
electoral, sea el atacado un anciano, una familia o un niño.
No es que me sorprenda: nunca he tenido buen concepto de esos movimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario