Hace algo más de treinta años, en un examen de fin de curso, vaticiné -tampoco hacía falta ser Tiresias para acertar- que el PSOE no abandonaría el poder -es decir, no sería derrotado- hasta que todo lo que se encontraba a su derecha (evidentemente, no todo-todo, me refería a los partidos de una cierta importancia) se presentara unido a las elecciones. Naturalmente, acerté.
Veinte
años después de aquel vaticinio, Mariano Rajoy dijo lo de que los conservadores
que se vayan al partido conservador, y los liberales al partido liberal. Y,
más o menos, eso ocurrió: el ala derecha del PP fundó Vox, y el ala izquierda
recaló en Ciudadanos. Y el PP, naturalmente, perdió el poder.
Parece
por tanto lógico que si la derecha quiere volver a ganar unas elecciones, debe
presentarse unida. Y el PP lo está intentando, si es que lo está intentando, de
una manera bastante rara. Pone a parir a Vox, que es, con gran diferencia, la
formación más fuerte de las dos que le flanquean. Adopta para ello el discurso
de los enemigos de España, de la democracia y de la libertad, y emplea su misma jerga, diciendo que el negacionismo de Vox contra la violencia de
género es letal. Olvidan que, no hace tanto, los del charrán
mantenían las mismas posiciones que los del logo verde.
Pero
en Génova creen que esta estrategia es acertada y que no les afectará en
el futuro. Según ellos, es un viaje de ida y vuelta. Ahora se alejan de
ellos para conseguir más voto por el centro, pero que cuando lleguen
las urnas, volverán a contar con los de Abascal.
Falta por ver si los de Abascal quieren entonces contar con el PP.
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