Cuando empecé con esta serie, ni me planteé cuánto podría durar. Tantas entregas seguidas, sin fallar una semana, desde luego que no. No pensé que tuviera tanta materia, o que esta pudiera ir surgiendo con el tiempo. Esta es, pues, una reflexión un poco a la desesperada: a veinticuatro horas de ponerme a escribir -y treinta y seis de publicar-, no se me ocurría ningún tema, nada, niente, nothing, rien de rien. Cero absoluto.
Y,
respondiendo a la pregunta -aunque no haya signos de interrogación- del título,
la respuesta más inmediata sería decir que porque me gusta. Disfruto leyendo,
igual que disfruto escribiendo (eso no quiere decir que ambas cosas me
proporcionen el mismo disfrute, sino que ambas me hacen disfrutar). Naturalmente
-al menos, naturalmente para mí-, prefiero la narrativa (en términos más
pedestres, las novelas), el relato de unos hechos, la construcción de unos
personajes, la descripción de un entorno, que me permitan (como suelo decir al
referirme al cine que me guste) dejar aparcado el cerebro por un rato.
Evidentemente,
lo anterior no es del todo exacto. Leer requiere algo por parte del lector, a
diferencia del cine: en éste, el espectador se limita, o puede limitarse, a
absorber lo que se le presenta, sin pretender ir más allá. Es la diferencia
entre tomar comida sólida o en puré; este último es mucho más sencillo de
ingerir, aunque nada impide paladearlo en el proceso.
No
recuerdo desde cuándo me gusta leer. Nuevamente, una respuesta inmediata sería
decir que desde siempre. Ya de muy pequeño me recuerdo leyendo -es más,
no recuerdo que me enseñaran a leer; ahora sé que es muy improbable, pero de
pequeño solía decir que aprendí a leer yo solo-, casi cualquier cosa, y en esas
sigo. Y, afortunadamente, era capaz de retener prácticamente todo lo que leía
-en términos generales, se entiende, no tengo memoria eidética-, lo que me
ayudaba a ser ese almacén de datos intelectualmente epatantes y pragmáticamente
inútiles con el que suelo definirme.
Ahora
sólo espero que esa afición por leer -afición que también tenía mi padre, pero que
últimamente parece habérsele atenuado- no desaparezca. Al menos, hasta que
despache las cinco o seis docenas de libros que tengo aún pendientes… y los que quedan por comprar. Si es por combustible, ese fuego puede seguir ardiendo todavía.
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