Los secesionistas catalanes y los aprovechateguis de izquierda han cebado tanto la bomba del separatismo que no se han dado cuenta de que las cosas se les han ido de las manos.
Es algo parecido -me repito, lo
sé- a lo que ha ocurrido en todas las revoluciones: las auto consideradas
élites -los jacobinos franceses, los republicanos moderados rusos- azuzan a las
masas -los sans-culottes, los sóviets- para derribar al poder existente
-la monarquía borbónica, el régimen zarista-, en la confianza de poder retener
el poder; pero las cosas se les van de las manos, y son otros más listos, más hábiles
y menos escrupulosos -Napoleón, Lenin- los que al final se harán con el poder.
En Cataluña las cosas no han
llegado a ese extremo; pero cuando los líderes hacen acto de presencia,
les llaman de todo menos bonitos. Y las piedras (verbales… de momento)
le caen de uno y otro extremo a la bruja Piruja, la inefable alcaldesa
de Barcelona. En la inauguración de las fiestas municipales, y porque el acceso
estaba restringido a la Plaza de San Jaime (con la excusa de la Covid-19), las
calles aledañas se llenaron de representantes de trabajadores de la televisión
municipal, colectivos vecinales hartos de la suciedad de Barcelona, de la
inseguridad y de la dejadez municipal, independentistas y hasta una plataforma
contraria a la dictadura cubana -La Habana era la ciudad invitada en las
fiestas-, todos para decir, con educación pero con firmeza, lo que pensaban de
la inútil de la alcaldesa.
Buena para nada, ni siquiera para la política.
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