Cuando por fin se consumó la ignominia de la llamada mesa de diálogo, quedó claro -por si hubiera alguna duda todavía- de hasta qué punto está dispuesto a humillar a España el psicópata de la Moncloa con tal de mantener aposentadas su posaderas en la poltrona del poder, aunque sea un solo minuto más.
Así, dobló le cerviz -de un modo que
antes sólo había ocurrido cuando el Rasputín de la Moncloa dio un cabezazo ante
Chistorra- frente el paño con los colores del blasón del reino de Aragón
-esos colores de los que los necionanistas catetonios se han apropiado
como si les pertenecieran-, mientras permitía que el representante del Estado
en la región -ese representante cuyo apellido deja bien claro cuál es el
verdadero origen y relevancia históricos de la región que (mal) preside-
despreciara la bandera de España (bandera que, por lo tanto, también es la suya).
Representante que se ufanó de
haber obligado al Estado a sentarse en una mesa a negociar. A ese
hijo de mil padres habría que explicarle que, al igual que él debería
representar a todos los catalanes pero sólo representa a los que piensan como
él, el psicópata no representa a España, porque somos muchos los que no nos
sentimos representados por él.
Al igual que no pensamos, como él
parece pensar, que la sedicente y sediciosa mesa de diálogo vaya a descartar
un nuevo butifarrendum, o que vaya a permitir una solución pactada. Ese pacto
ya existe, se llama Constitución Española, y debería mandarles a todos los que se sientan a esa mesa a pasar
una larga temporada entre rejas.
Como dijo Ignacio Garriga, de Vox, a lo único a lo que acudió a Cataluña Pierre Nodoyuna fue a humillarse. Y humillarnos de paso a todos los españoles, añado yo.
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