He leído ya por ahí unas cuantas veces que los marxistas pretendieron derribar el cristianismo -aunque Marx dijera que la religión es el opio del pueblo, sólo en países de tradición cristiana (Rusia, España, los de Europa Central) se eliminó la religión del tablero de juego, mientras que en países musulmanes (pues buenos son los seguidores del pastor de camellos) lo que se ha hecho es una especie de mezcla, de Libia a Irak-, no para crear una sociedad sin religión ninguna, sino para implantar su propio credo.
Un credo que es una especie de
reflejo entre patético y demoníaco, pero siempre distorsionado, del
cristianismo, con sus dogmas, su clero (el Partido), su sumo pontífice (el
secretario general que toque, llámese gran timonel o supremo líder)
y hasta sus infieles a exterminar (potencialmente, todos los que se le
opongan o, simplemente, no lo compartan).
Lo malo es cuando pasan de lo
fanático a lo patético, y pretenden hacer un mutatis mutandis sin cambiar
ni una coma. Y así tenemos bautizos laicos, primeras comuniones
laicas y, agárrate que vienen curvas, unas fiestas alternativas al Pilar para honrar a Venus y al Ebro.
Ha sido por pura casualidad,
hasta donde se me alcanza, que esta entrada salga publicada precisamente el día
de la Virgen del Pilar, patrona de España, día de la Hispanidad y aniversario
del descubrimiento de América. Una coincidencia afortunada, como dicen en La
Comarca (escribo de memoria).
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