Actualmente me estoy leyendo Memoria del comunismo, de Federico Jiménez Losantos. No es, naturalmente, una obra dedicada a cantar las maravillas (salvo que tomemos esta expresión en un sentido irónico) de la ideología que, alumbrada por Marx y Engels y continuada por Lenin, Stalin y Mao (entre otros), extiende todavía hoy sus tentáculos asesinos por las naciones del primer, segundo y tercer mundo.
Uno de los rasgos definitorios de
los comunistas es que suelen achacar a los demás aquellos rasgos negativos de
los que ellos adolecen -egoísmo, autoritarismo, violencia, embustes…- para
justificar así sus actos.
Y la prueba del nueve de que lo
anterior es cierto la tuvimos hace cosa de un mes, cuando el p-ETA se quejó del
auge de los discursos y actitudes de odio. Ellos, que no se arrepienten
de los asesinatos que cometieron, las víctimas que dejaron, los perjuicios que
causaron. Ellos, que llaman perros a los que no piensan como ellos, que
han hecho abandonar Vascongadas a miles de personas mucho más vascas que ellos,
que atacan a guardias civiles y españoles por el simple hecho de serlo.
Ellos, esos miserables, esos criminales, esos detritos con forma vagamente humana. Ellos.
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