Hace mucho, mucho tiempo, que en Cataluña los socialistas dejaron de ser parte de la solución (si es que alguna vez lo fueron, que esa es otra) para pasar a serlo del problema. Exactamente igual que en las Vascongadas y Navarra, por otra parte y salvo honrosas y escasísimas excepciones.
Socialistas y separatistas (de
derechas y de izquierdas) han venido compadreando desde hace décadas. Y si en
público se tiraban los trastos a la cabeza -recordemos la acusación, en sede
parlamentaria, del famoso tres por ciento que Maragall espetó a los convergentes-,
en privado se entendían y hasta se emulaban. No en vano, el sedicente y
sedicioso estatuto de autonomía se pactó con unos mientras en el Palacio de San
Jaime gobernaban los otros.
Y si actualmente el Tribunal de
Cuentas impone una fianza millonaria a los secesionistas -empero, demasiado
baja aún para todo el perjuicio que han traído-, y los secesionistas en el
poder emplean fondos públicos para avalar esa fianza -prevarican para responder
a una condena por prevaricación… el indulto no hace sino inducirles a porfiar
en sus propósitos-, ¿quiénes son los que salvan la tramitación de ese aval?
Exacto: el filósofo perico y sus pájaros de cuenta.
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