Cuando no eran más que simples alborotadores callejeros -en el sentido literal de la expresión: metían ruido, y lo hacían en la calle-, los prohombres (y promujeres… ¿quizá propersonas?) neocom lo tenían fácil: les bastaba clamar contra las injusticias de la casta y prometer defender a la gente.
Pero hete aquí que la gente
(o alguna de ella) se tragó su mensaje, les votó y les otorgó, por aquello de
la aritmética de los escaños, responsabilidades de gobierno en las diferentes
instancias territoriales existentes en España. Y entonces se toparon con la
realidad, la gente por un lado y la nueva casta (porque, eso sí,
se castificaron a toda pastilla) por el otro, y no les gustó lo que
vieron. A los segundos, porque eso de trabajar es de estúpidos (sic, o poco más
o menos); a los primeros, porque vieron que los segundos no eran más que una
panda de charlatanes.
Y le gente, ya sin los directores
de orquesta que orientaban el sentido de sus protestas, ha seguido ejerciendo
el sano derecho al pataleo. Y tan pronto le reclaman a un ex vicepresidente el cambio y el progreso que prometió -teniendo en cuenta que los abucheos se
produjeron en la fiesta de los paelocom, no se le puede acusar de
adentrarse en territorio enemigo… teóricamente- como abuchean a la bruja
piruja en una conferencia sobre vivienda… sus antiguos compañeros del
activismo anti desahucios.
El Chepas, eso sí, se despachó a gusto y llamó provocadores a los que le increpaban. Se ve que, como con los escraches, sólo le gusta el jarabe democrático cuando él es el administrador, y no el paciente. Que de paciencia, todo sea dicho, parece tener bastante poca, por no decir ninguna en absoluto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario