Cuando se me ocurrió el tema para esta entrada, hace años, lo planteé en mi mente de un modo más reducido que el que finalmente ha alcanzado, y quizá también de un modo más obvio. Será la vida, será la edad, será el tiempo para pensar; será lo que sea, pero el hecho es que el enfoque ha variado, ligeramente.
En aquel entonces, la idea surgió
de una persona -todos tenemos una igual en nuestro entorno… sólo una, si somos
afortunados, pero generalmente más de una- que parecía (aún parece; lo más
divertido es cuando se encuentra con otra persona exactamente igual, y estás
ahí para presenciar la colisión) saberlo todo de cualquier materia, mejor que
cualquier persona y que, además, no se cortaba en señalarlo. En señalártelo,
aunque tú sepas del tema mucho más que él, siquiera por experiencia vital.
Ahí está la distinción crucial,
la que he percibido últimamente. Todos (o casi) creemos saber de todo (o casi)
más que cualquiera (o casi). Es decir, todos tenemos complejo de Dios
(por lo de la omnisciencia). Sin embargo, hay un matiz. Mientras que hay gente
que funciona intentando indicar a los demás lo que ellos consideran correcto,
otros pensamos que el prójimo está equivocado, pero que no nos corresponde a
nosotros sacarle de su error. Creemos, por así decirlo, en el libre albedrío.
Podríamos, por tanto, decir que,
aunque todos tenemos complejo de Dios, unos lo tienen del Dios
veterotestamentario, mientras que otros lo tenemos del neotestamentario.
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