En las películas americanas de juicios, cuando alguien es llamado al estrado, se le pide que jure decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. O, dicho de otra manera, que no añada ni quite cosas a la verdad.
El psicópata de La Moncloa es una
especie de antítesis de todo esto. Cuando habla no dice la verdad, ni nada de
la verdad, ni nada que sea verdad. Vamos, que, como suele decirse, miente más
que habla.
Preguntado hace un mes si, como
parecía desprenderse de los que habían declarado ante el juez a propósito de la
entrada de Brahim Ghali -ya sabéis, el jefe del Polisario acusado de una lista
de delitos casi tan larga como las Páginas Amarillas-, fue él quien autorizó la
entrada del saharaui, no sólo no contestó a la pregunta, sino que mintió como
un bellaco al decir que la actuación del desgobierno socialcomunista que
tenemos la desgracia de padecer fue, en relación con este asunto, en todo
momento conforme a la Ley.
Y es que, como con la verdad, la coincidencia del actual consejo de ninistros con la legalidad no se produce ni por equivocación.
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