Una de las cuestiones que se plantean de modo recurrente es quién ha sido el mejor jugador de baloncesto de la NBA. En general, se suele decir de la Historia, pero circunscribiendo implícitamente el ámbito al baloncesto profesional estadounidense.
Al final de la entrada trataré el tema. Ahora, voy a hablar yo también de la NBA. Suele calificarse de mejor jugador de siempre a Michael Jordan. Ya cuando el de Chicago estaba todavía en activo -servidor trabó conocimiento del baloncesto estadounidense a mediados/finales de los ochenta, con una colección de fascículos sobre baloncesto patrocinada por Antonio Díaz Miguel-, un servidor no compartía esa opinión general.
En mi
estilo políticamente incorrecto, venía a decir que lo menos que se espera de un
negro que juegue al baloncesto es que salte como un gamo (lo de Jordan, que
parecía mantenerse en el aire, estaba en un nivel superior, de acuerdo, pero
nos entendemos), por lo que lo que hacía Jordan no tenía ningún mérito.
Hay que reconocer que, eso sí,
antes de Jordan los Bulls no eran nada, que los dos años que pasó sin jugar al
baloncesto no fueron nada, y que después de él no han vuelto a serlo. Quiero
con esto decir que Jordan es ese tipo de jugador capaz de determinar el rumbo
de un equipo. Por otro lado, hay que señalar que Jordan estuvo más de un lustro
jugando en Chicago sin conseguir ningún anillo de la NBA, lo que quiere decir
que, por muy bueno que fuera -y lo era-, hacía falta rodearle de la gente
adecuada para que la cosa cristalizara (algo parecido a lo que ha ocurrido con
Messi y el Barcelona).
Como jugadores de su época,
encuentro que hay dos jugadores cuya carrera tiene más mérito que la de Jordan:
Larry Bird y Magic Johnson. El primero era un blanco y, además, no
especialmente delgado; el segundo era un base de dos metros y cinco centímetros
que podía jugar prácticamente en todas las posiciones.
Yendo a la Historia, y sólo
recientemente he llegado a esta conclusión, me quedo con Bill Russell. Nadie tiene
más campeonatos como jugador que el pívot de los Celtics (once), ni más
campeonatos seguidos (ocho); además, los dos últimos los ganó siendo jugador y
entrenador.
En cuanto al resto del mundo (es decir, Europa), se me ocurren dos jugadores: Sabonis y Petrović. El primero, un pívot de dos metros veinte capaz de repartir juego como un base -de haber aterrizado en la NBA en su plenitud, y no en su ocaso, habría arrasado con toda seguridad-; el segundo, una especie de bestia que vivía por y para el baloncesto, un talento natural afilado por un entrenamiento implacable y un ansia insaciable por ganar (una especie de Cristiano Ronaldo, pero todavía más enervante para los contrarios).
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