Las dos patas del conglomerado nacionalsocialista (sí, empleo el término con toda la -mala-intención del mundo) catalán tienen tantas cosas en común que parecen una especie de hermanos separados al nacer.
Porque tanto
unos como otros, entre otras cosas, consideran voluntad popular lo que
ellos piensan (o dicen que piensan). Y si a finales de los setenta, cuando los
resultados de unas elecciones (municipales, creo que eran) no fueron los que
los socialistas deseaban, Miemmano dijo que España se había equivocado,
ahora son los ierreceos los que se pasan por el epidídimo la expresión
de la voluntad popular.
Resulta que
habían montado un referéndum para cambiar de nombre la población de San Carlos de
la Rápita, así nombrada en homenaje a Carlos III (ya sabemos que los secesionistas
catalanes detestan el triunvirato España-Corona-Borbones), señalando que el
cambio sería automático si los partidarios de la modificación superaban el veinte
del censo (proporción escasa hasta para lo que suele ser la participación
en los butifarrendos que se montan en la región).
Sólo votó el
26,72% del censo, 3.329 personas de un total de 12.458. A favor del cambio se
manifestaron 2.246 electores, frente a 1.045 en contra, 9 abstenciones y 28
votos nulos. En resumen, sólo el 18,03% de los electores de San Carlos de la
Rápita están a favor de cambiar el nombre, 1,7 puntos por debajo del mínimo
marcado por el propio ayuntamiento. Los ierreceos no se esperaban la
derrota, pero que haya habido un referéndum y que lo hayan perdido no
significaba que no vayan a hacer lo que les dé la gana. Nada más conocer los
desfavorables resultados a su causa, el alcalde declaró que siete de cada diez
votantes preferían el cambio, y que la participación de tan solo un cuarto del
electorado es suficiente.
Por esa regla de tres, yo digo que setenta y tres de cada cien no están a favor del cambio (sumando los que han votado en contra y los que no han votado), y me quedo tan ancho.
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