El marxismo es una ideología decimonónica. Y, al igual que el islamismo, religión medieval con la que tiene en común el odio a Occidente, su base judeocristiana y la libertad de raíz grecolatina- así, no es extraño que tantas veces anden conchabados-, no ha evolucionado desde que nació, y sigue anclado en las coordenadas sociotemporales que lo alumbraron.
Por ello, sigue creyendo
posible engañar a todos todo el tiempo, sin darse cuenta de que en este siglo
XXI, interconectado y ubicuo (sí, ya sé que decir que un siglo es ubicuo
es semánticamente incorrecto, pero ¿a que la expresión me ha quedado de
campanillas?), todo acaba sabiéndose más pronto que tarde. Si, además, los
políticos son tan rematadamente inútiles -y estúpidos- como los que componen el
desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer, ellos solos se
pondrán la soga al cuello.
Así, hace poco más de un
mes, el psicópata de La Moncloa sacó un Real Decreto en el que establecía recortes
de luz y gas, afirmando que España está a salvo del riesgo de un corte de
abastecimiento de gas (así que ya sabemos lo que nos espera: vuelta a la estufa
de leña), pero ocultando los datos que probaban que Rusia es el segundo proveedor de gas de España, con casi una cuarta parte del total y cuatro veces
más que antes de la guerra.
Así que no sólo mienten,
sino que incluso se chulean: la ninistra de combatamos el
calentamiento con calentones, o de Transición hacia no se sabe dónde ni
para qué, alias la Pelos, afirmó que sus medidas tenían justificación
técnica, pero que no se publicaría. No sólo eso, sino que ese mismo día
reconocía que algunos negocios no podrían aplicar esas medidas.
Así las cosas, no es de extrañar que hasta alcaldes suciolistos -y ya sabemos que en el partido de la mano y el capullo rige el principio de la foto fija- se revolvieran contra el decreto energético de Sin Vocales.
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