Una de las razones por la que los neocom, encaramados a la poltrona, hacen lo que les sale de las narices -por no decir otros sitios más sucios-, es porque les resulta gratis. En su concepción, plasmada por la indocta egabrense, el dinero público no es de nadie, y por lo tanto nadie va a reclamarlo.
Tomemos el caso de la bruja
Piruja. Decidió que el Museo Hermitage no tendría una sede en Barcelona, a
pesar de los indudables (para mí) beneficios que en materia turística podría suponer:
porque las visitas no serían de tuercebotas, sino de gente con una mínima
educación (tanto en el sentido de cultura como de urbanidad).
Pero bueno, está en su
derecho de preferir otro tipo de turismo. Ahora, bien, resulta que los
promotores del proyecto cultural han denunciado al ayuntamiento de la Ciudad
Condal por negarse a firmar el convenio, y le reclaman ciento cuarenta y un millones de euros.
De los cuales ni un céntimo saldrá del bolsillo de la primera edil de la capital de Catetonia, claro está.
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