El marxismo -es decir, el comunismo de modo convicto y confeso, y el socialismo de tapadillo y como con vergüenza- siempre ha proclamado defender la causa de los más desfavorecidos (los parias de la Tierra). Pero esa proclama no son más que palabras vacías, un lema para engañar a las masas ignorantes. El marxismo siempre ha tenido, tiene y tendrá un único objetivo: la consecución del poder absoluto, a toda costa y por todo el tiempo que le sea posible.
Y, en la persecución de
esa meta, ha ido absorbiendo todos los ismos que se le han puesto por
delante y que, naturalmente, se han dejado absorber. Pero, como en las
revoluciones de la primera mitad del siglo XIX, o como en los estupefacientes
para los drogadictos, lo absorbido iba perdiendo fuerza, y se hacía necesario
un chute de algo más fuerte para mantener el empuje.
A mediados del siglo
pasado, la izquierda hacía bandera del feminismo. Cuando la matraca dejó de
comprarse, se pasaron al NoCHeísmo, y feministas tradicionales como
Lidia Falcón fueron tachadas de reaccionarias. Y ahora, llevado al extremo, ya
hay pensadores que alertan de que en disposiciones como la llamada ley trans
la t se está comiendo a la l y a la g (de la b no dicen nada).
Como lleguen los extraterrestres, estos alienados se hacen alienistas.
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