Suelo decir que, siendo español, hay tres temas de conversación que es preferible no tocar, salvo que quieras arriesgarte a verte enzarzado en una discusión: a saber, política, religión y fútbol. Cómo serán las cosas que hasta con mi padre, persona con la que coincido en religión y, básicamente, en política, he llegado a discutir por culpa del fútbol.
Por ello, procuro no sacar
estos temas -al menos en serio- con gente a la que aprecio, pero de la que
discrepo (el tema suele ser la política). Sin embargo, a veces no puedo
contenerme y menciono alguna cuestión que creo que es incontrovertible, que
hasta los más acérrimos e incombustibles votantes de una ideología (me refiero
a los de izquierdas, claro está) concederán que es criticable.
Pero el axioma principal
-hablar de política conduce a una discusión- es inexorable. Este verano saqué
el tema de que el psicópata de La Moncloa utilice el Falcon para todo, sea
público o privado, gubernativo o partidario. Y mi interlocutor, un pariente de
izquierdas no especialmente obtuso, con educación universitaria, parecía un
portavoz gubernamental, defendiendo que Sanchinflas viaje siempre en vehículos
oficiales, incluso que haga que dichos vehículos viajen vacíos para estar
siempre a su disposición, porque al fin y al cabo es el primer ministro del
desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer y su seguridad
requiere unas mínimas condiciones.
Si hasta gente
inteligente como este pariente lo defiende, no me extraña que los de la mano y
el capullo sigan teniendo votantes.
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