Cuando se echa en cara a un político -no digamos ya si es español y de izquierdas- que se ha equivocado en algún pronóstico o medida, que ha estado desacertado en alguna expresión (en definitiva, que ha metido la pata), ese político rara vez admitirá, no ya las consecuencias de sus actos, sino siquiera haber cometido un error.
La culpa será siempre,
ineludiblemente, de los demás: o no han sabido seguir sus instrucciones, o han
malinterpretado sus declaraciones, o han acaecido factores exógenos e imprevisibles
que han dado al traste con lo que él previó.
Si, además, estamos
hablando de un psicópata narcisista y embustero, la cosa adquiere cotas de
aurora boreal. Ante el desastre de los datos de paro en Julio, el primer ninistro
del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer despachó
el tema diciendo que había que leer los datos con unas lentes distintas.
Anteojeras, las llaman otros.
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